Al mirarla hay una aparente contradicción entre la forma cerrada inferior y la abierta superior. No es así. Reflejan la unidad entre lo finito y lo infinito, son la misma cosa. La escultura define el espacio material y denso con sus formas, para llevarnos al espacio infinito que perfilan, acarician sus abiertas líneas, nos llevan a lo sutil. Lo que está dentro está afuera. Tenemos el infinito dentro y cuando lo sentimos, lo creamos fuera.
La escultura representa esa unidad, entre el interior supuestamente limitado y el exterior, supuestamente ilimitado. Es una imagen de la consciencia. Nos permite sentir la infinita energía del universo a través de nuestro limitado cuerpo, de nuestra limitada percepción. De ahí que la escultura proponga infinitas lecturas cuando el observador, que siente, se mueve apenas un centímetro. Esas infinitas lecturas, son sensaciones que nos llevan a lo más profundo de nuestro ser, de nuestra existencia: veo, siento, existo. Soy.
Lo que enriquece, hace ilimitada la forma, es el espacio exterior. Nuestro punto de referencia, ahora está afuera, aunque lo sintamos dentro.
Es una conexión que nos lleva más allá de nuestra mente. Mas allá de nuestras preguntas o respuestas, más allá del tiempo. Nos hace eternos en cada instante , en cada lectura de la obra. Es decir: en cada imagen especular que genera en nosotros. En ese instante somos la nada intelectual para ser “el todo” con el universo, a través de esa energía infinita llamada Amor.
Es una profunda meditación de la que no somos conscientes, pues no es nuestra intención, por eso es tan profunda, tan bella, y real.
©Teodoro San jose. 2016